MI PRIMERA EXPERIENCIA PERSONAL COMO TERAPEUTA DE REFLEXOLOGÍA PODAL:
Tocando los primeros pies 👣
Hay momentos en la vida en que un gesto simple se convierte en revelación. Para mí, fue al tocar por primera vez los pies de otro ser humano con plena conciencia, sin prisa, sin juicio. Solo presencia.
Estaba en silencio y en una sala tenue. Frente a mí, un par de pies cansados, marcados por los años, por caminos recorridos y por historias que no necesitaban palabras. Me arrodillé, no por sumisión, sino por reverencia. Era como si estuviera ante un templo.
Apoyé mis manos y cerré los ojos. En ese instante sentí que el tiempo se detenía. Los pies no eran solo parte del cuerpo físico; eran raíces del alma. Canales de memorias, emociones, energía... A través de ellos, la vida entra y sale. La tierra nos habla.
Cada presión era una oración silenciosa. Cada movimiento, una plegaria de regreso al cuerpo. Sentí que estaba ayudando a esa persona a recordar que su cuerpo es sagrado, que no está sola, que cada paso que dio, por difícil que haya sido, la ha traído a este momento de sanación.
No usé técnica, usé intención. No curé nada, solo acompañé a que algo se liberara.
Hubo lágrimas, pero no de dolor. Era como si algo más grande que nosotros dos estuviera presente: una inteligencia amorosa, una energía que sabe, que sana y que guía.
Al terminar, nuestras manos se entrelazaron. No dijimos mucho. Solo respiramos juntos. Había paz. Una sensación de haber regresado a casa.
Desde entonces, para mí, masajear los pies es un acto espiritual. Es tocar la historia de un alma desde lo más humilde: lo que pisa, lo que sostiene, lo que carga.
Es recordar que el cuerpo no es solo carne, sino templo.
Los pies no son solo estructura, sino puerta.
Y que sanar, es simplemente volver a sentirnos uno con la Tierra y con el misterio que nos habita.